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Ricardo C. vendía frutas en la costa opuesta
de la isla
donde podía disecar sus preocupaciones
en medio del día a día
capitalista.
Su hermano mejor probablemente escuchaba
Everybody Knows en este momento
mientras él se distanciaba del varón
un ejemplo menos que idóneo para
los hijos que él, Ricardo C., criaba
a su imagen y semejanza.
La venta no era gran cosa, pero apenas
eran las 10 de la mañana.
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